Comentario en Radio Exterior de España 31 de Julio 2014
¡Por fin, las finanzas pagarán un impuesto!. Será pequeño y solo en parte de Europa, pero es el comienzo de una vieja reivindicación para que los espectaculares y rápidos movimientos de dinero dejen, por donde pasan, alguna contribución pública como lo hacen las mercancías y pasajeros.
Antes del fin de curso político, el ECOFIN – que reúne a los Ministros de Economía y finanzas de los países del euro-, acordó aplicar un impuesto a parte de las transacciones financieras, en un grupo inicial de 11 de las 18 naciones, a partir del año próximo.
En realidad, con la sacudida de una crisis que se originó en EEUU pero cuyo epicentro lleva años instalado en Europa, los gobiernos incluyeron en su agenda lo que hasta entonces era una vieja y desoída reivindicación de la sociedad civil: la Tasa Tobin.
El nombre le viene del Premio Nobel de Economía que en los 70´s, cuando la moneda abandonó el patrón oro –o su conversión en el metal precioso- propuso gravar el movimiento financiero internacional, para controlar su flujo y contrarrestar la pérdida de valor cambiario.
Ya con el cambio de siglo, Naciones Unidas la esgrimió para financiar el mínimo de bienestar mundial marcado en los Objetivos del Milenio, cuando entonces el sector financiero era 25 veces superior a la riqueza mundial.
Pero no se contempló seriamente hasta el derrumbe de Wall Street en 2007, cuando las finanzas ya eran 70 veces el Producto Interno Bruto global, y los gobiernos del primer mundo debieron dedicar ingentes cantidades de dinero público a salvar a los bancos.
Fue una decisión del Grupo G-20 – que reúne a los industrializados y emergentes- pero, como pasó con el control de los paraísos fiscales, no se concretó, ni siquiera en la cierta “guerra cambiaria” que se produjo al final de la década.
La Unión Europea decidió entonces retomar la medida para sí, pero en la propuesta inicial era una medida a aplicar ya este año, en toda Europa, para todas las transacciones financieras de gran calado –o solo excluidas las individuales como préstamos, hipotecas y seguros-, con una recaudación calculada en 35 mil millones que irían a parar a las arcas de la Unión.
El Reino Unido, donde la City de Londres es el espacio financiero mas desregulado del mundo, se opuso frontalmente, a pesar de que no forma parte del euro, y de que aplica desde hace tiempo un pequeño impuesto, llamado “Stamp Duty”.
No obstante, Alemania, Francia, España, Italia y hasta 11 países han decidido establecer, a partir de 2015, un impuesto si bien menos ambicioso: se aplicará un 0,1% a la compra-venta de acciones y una décima menos a las operaciones con derivados, recaudación que no irá a parar a lasa finanzas de la Unión, sino a cada país.
Un acuerdo que llega tarde y descafeinado, pero que es un principio para instaurar una cierta “justicia poética” en una globalización que ha multiplicado la circulación y posibilidades de unas finanzas ya virtuales, sin que se revierta en beneficio público alguno, como sí ocurre con la también exponencial movilidad de pasajeros y mercancías.